REINA DEL MONTE CARMELO

miércoles, 3 de agosto de 2011

SANTOS NIÑOS JUSTO Y PASTOR PATRONOS DE ALCALÁ DE HENARES





6 de agosto



SANTOS JUSTO Y PASTOR

(† 304)

Los santos niños Justo y Pastor

murieron en la llamada "Gran

persecución", la del emperador

Diocleciano, en la que fueron

inmoladas víctimas en mayor

número que en todas las

anteriores y en la que, además,

se empleó la tortura con más

refinamiento y crueldad que

nunca.

Hasta tal punto fue sangrienta

esta persecución, la última de

todas, que la más antigua manera

cristiana de computar el tiempo

partía del año primero del

reinado de Diocleciano, y este

cómputo se llamaba "Era de los

mártires".

Fue Diocleciano un gran

estadista. La historia más

moderna nos lo presenta, además,

como un espíritu prócer, lleno

de veneración por la majestad de

Roma. No era ambicioso ni cruel.

Y, como por entonces ya los

bárbaros amenazaban las

fronteras del Imperio,

comprendió que él solo no podía

acudir a todos los puntos donde

sus enemigos, exteriores e

interiores, le presentaran

batalla. Resolvió, pues,

compartir el gobierno de su

inmenso Imperio con hombres de

su confianza. Quedaba así

fundada la "tetrarquía".

Lo más seguro es que, de haber

seguido Diocleciano sólo al

frente del Imperio, nunca

hubiera perseguido al

cristianismo. El era tolerante y

demasiado inteligente para

comprender que los perseguidores

que le habían precedido habían

fracasado en su empeño y que el

mayor bien para su Imperio,

desde todos los puntos de vista,

incluido el político, era la paz

y la unión de los espíritus.

Pero tuvo a su lado un mal

consejero que le indujo a la

persecución: su yerno Galerio,

que odiaba cordialmente al

cristianismo. Al dejarse influir

por éste, Diocleciano echó sobre

sí la más negra mancha, de la

que jamás la historia podrá

exculparle.

Hacía cuarenta años que la

Iglesia no era perseguida. El

número de cristianos había

crecido en medio de la paz, y

con el favor de los emperadores

se habían construido templos en

las principales ciudades. Mas

con la bonanza languidecía

también el espíritu de los

fieles; en la religión del amor

empezaron las discordias, las

envidias, la murmuración, y la

mentira penetró en los

seguidores de la Verdad.

Entonces sobrevino el castigo.

Galerio empezó a perseguir a los

cristianos que militaban en su

ejército. Maximiano Hércules

imitó la conducta de aquél.

Corría el año 301 de la Era

cristiana.

Dos años más tarde, Galerio

arrancó al fin a Diocleciano el

edicto primero de persecución

general. Todavía no era

sangriento. Se mandaba destruir

las iglesias cristianas y

arrojar al fuego los libros

sagrados. Los nobles que no

apostataran de su fe serían

notados de infamia; los

plebeyos, privados de su

libertad. Dos edictos

posteriores iban dirigidos

contra los jerarcas de la

Iglesia, en términos

conminatorios, ya sangrientos.

La persecución fue encarnizada

desde el año 304, en que

Diocleciano promulgó su último

edicto. Los que se negaran a

sacrificar serían gravísimamente

torturados. Así lo afirma

Eusebio de Cesarea,

contemporáneo de los hechos e

historiador de los mismos. Y

añade: "Apenas ya puede contarse

el número de los que en las

distintas provincias del Imperio

padecieron el martirio".

Las descripciones que de las

torturas nos hace Eusebio

horripilan, ciertamente; pero,

por desgracia, son conformes con

la realidad de los hechos.

En España representaba a

Maximiano Hércules como

procónsul o gobernador Daciano,

que ha pasado a la historia como

un tirano de los más siniestros

y crueles; tal como lo describió

nuestro gran poeta cristiano

Aurelio Prudencio, en su poema

Peristephanon, en que le hace

responsable de todos aquellos

horrores.

Dentro de este marco

histórico, pues, sucedió el

martirio de los dos pequeños

héroes madrileños, Santos Justo

y Pastor.

No es posible dudar de su

historicidad. Prudencio les

dedica una estrofa de su poema,

que nosotros así traducimos:

"Siempre será una gloria para

Alcalá el llevar en su regazo la

sangre de Justo con la de

Pastor, dos sepulcros iguales

donde se contiene el don de

ambos: sus preciosos miembros."

Los nombres de los mártires

que figuran en el poema de

Prudencio pertenecen todos a la

historia. En los calendarios

primitivos de la España

cristiana, que son los

mozárabes, aparecen también

Justo y Pastor. Y el testimonio

de los calendarios es

irrecusable, pues en ellos se

registraban las fiestas y

conmemoraciones litúrgicas que

tradicionalmente venían

celebrándose. Lo que no hubiera

sido posible de no existir el

hecho de un sepulcro de mártir,

que no puede falsificarse.

¿Desde cuándo se celebraría

esta fiesta? Ya vemos que

Prudencio habla de los sepulcros

de Justo y Pastor. Por tanto, ya

existían cuando él escribió.

Prudencio murió hacia el año 405

de nuestra Era. Aparte de esto,

existe el testimonio de San

Paulino, que afirma haber

enterrado el año 392 a un hijito

suyo, muerto de ocho días, junto

a los mártires de Alcalá.

De modo que, desde fines del

siglo IV, unos ochenta años

después del martirio, empezaría

oficialmente en la Iglesia

española el culto en honor de

estos heroicos niños.

Ello no puede extrañarnos.

Hubo millares y millares de

mártires en los tres primeros

siglos del cristianismo. Pero no

todos, ni mucho menos, quedaron

registrados en los calendarios

de la Iglesia. Sólo conocemos

los nombres de una exigua

minoría. Y la razón es muy

sencilla. Hubo mártires insignes

por las circunstancias de su

martirio, o por la edad en que

dieron su vida, demasiado

avanzada o demasiado tierna, o

por el ascendiente que gozaban

entre los cristianos antes de su

muerte. Estos mártires dejaron

una huella más honda en aquella

generación, y sus nombres se

perpetuaron en la liturgia de la

Iglesia.

Algo de esto debió ocurrir en

el caso de estos santos niños.

Dieron su vida espontáneamente y

la dieron en edad muy tierna.

Eran unos párvulos, y por ello

causaron honda impresión en los

hombres de su tiempo. El

fenómeno pues, tiene fácil

explicación.

Sin embargo, las actas de su

martirio no son auténticas, es

decir, fueron escritas en época

muy posterior y por un escritor

muy lejano de los hechos. Este,

pues, recogería las pocas

noticias transmitidas por la

tradición oral y las elaboraría

a su talante, aunque con

indiscutible acierto desde el

punto de vista estético y

religioso. Fácilmente obtendría

la finalidad que él se proponía

de edificar y deleitar a sus

lectores que, en época visigoda

en que fueron escritas las

actas, serían muchos y muy

ávidos de una tal literatura.

Nosotros hoy sólo podemos

admitir como histórico de estas

actas un pequeño núcleo, lo

substancial de ellas: Justo y

Pastor, tiernos escolares,

enardecidos por el ejemplo de

tantos hermanos que confesaron

su fe con la muerte, un día, al

salir de la escuela, arrojaron

sus cartillas y se presentaron

ante Daciano a confesarse

discípulos de Jesucristo, y el

procónsul los mandó degollar.

Todo lo demás es literatura

edificante del hagiógrafo, y no

puede concederse mayor autoridad

a estas actas. Es verdad que

tampoco es necesario. De suyo,

los breves datos que admitimos

como históricos son tan sublimes

que bastan para nuestra

edificación.

Un himno de la liturgia dice:

"Justo apenas contaba siete

años; Pastor había cumplido los

nueve”. Es muy probable que así

fuera.

Por lo demás, el diálogo que

de los dos hermanos nos

transmiten las actas,

reproducido luego por San

Ildefonso de Toledo (muerto en

el año 667) en su apéndice a la

obra Varones ilustres, de San

Isidoro, es tan bello que no nos

resistimos a transcribirlo.

"Mientras eran conducidos al

lugar del suplicio mutuamente se

estimulaban los dos corderitos.

Porque Justo, el más pequeño,

temeroso de que su hermano

desfalleciera, le hablaba así:

"No tengas miedo, hermanito, de

la muerte del cuerpo y de los

tormentos; recibe tranquilo el

golpe de la espada. Que aquel

Dios que se ha dignado llamarnos

a una gracia tan grande nos dará

fuerzas proporcionadas a los

dolores que nos esperan". Y

Pastor le contestaba: "Dices

bien, hermano mío. Con gusto te

haré compañía en el martirio

para alcanzar contigo la gloria

de este combate".

La tradición de Alcalá ha

transmitido la noticia de que

los mártires fueron ejecutados

fuera de la ciudad, cosa muy

verosímil, pues lo natural es

que el tirano tuviera miedo de

las iras del pueblo y procurara

que su crimen pasara

inadvertido.

En la santa iglesia magistral

de Alcalá de Henares se conserva

y se expone a la veneración una

piedra que en uno de sus lados

tiene una cavidad que la piedad

popular quiere que sea la señal

de la rodilla de los santos

niños. Al arrodillarse sobre la

piedra para ser decapitados se

habría impreso sobre ella la

forma de la choquezuela o

rodilla de los pequeños

mártires. El hecho es que esta

piedra existe desde tiempo

inmemorial. La veneración que

los fieles la tributan redunda,

en todo caso, a gloria de los

dos bienaventurados.

El hallazgo de los cuerpos lo

atribuye San Ildefonso al obispo

Asturio de Toledo, quien,

iluminado por Dios. habría dado

con el lugar de su sepultura.

Es interesante también la

noticia que da San Ildefonso de

que Asturio edificó la primera

basílica en honor de los

mártires, y que de tal modo se

le entrañó a este obispo

toledano el culto de los santos

niños, que desde entonces no

volvió más a su diócesis de

Toledo, sino que permaneció en

Alcalá, junto al sepulcro, allí

quiso morir y ser enterrado. Con

ello consiguió que el antiguo

Complutum y actual Alcalá de

Henares se erigiera en diócesis,

de la que Asturio habría sido

primer obispo.

A este obispo, venerado por

santo, se le atribuye la misa y

el oficio de los dos niños

mártires. Al cual oficio y misa

pertenece esta bellísima

oración: "Verdaderamente santo,

verdaderamente bendito Nuestro

Señor Jesucristo, tu Hijo, que

robusteció la infancia de sus

pequeños Justo y Pastor para

que, a pesar de su tierna edad,

pudiesen soportar los tormentos

del perseguidor, y que en ellos

se dignó hablar por el don de la

gracia, cuando ambos se

estimulaban mutuamente para el

martirio, quienes habían de

alcanzarlo, no por la fortaleza

de su cuerpo, sino de su

espíritu... Te pedimos que

merezcamos vivir con la

inocencia de aquellos cuya

fiesta solemne celebramos hoy.

Por Cristo, Señor y Redentor

eterno".




JUAN MANUEL ABALOS.















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