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6 de agosto
SANTOS JUSTO Y PASTOR
(† 304)
Los santos niños Justo y Pastor
murieron en la llamada "Gran
persecución", la del emperador
Diocleciano, en la que fueron
inmoladas víctimas en mayor
número que en todas las
anteriores y en la que, además,
se empleó la tortura con más
refinamiento y crueldad que
nunca.
Hasta tal punto fue sangrienta
esta persecución, la última de
todas, que la más antigua manera
cristiana de computar el tiempo
partía del año primero del
reinado de Diocleciano, y este
cómputo se llamaba "Era de los
mártires".
Fue Diocleciano un gran
estadista. La historia más
moderna nos lo presenta, además,
como un espíritu prócer, lleno
de veneración por la majestad de
Roma. No era ambicioso ni cruel.
Y, como por entonces ya los
bárbaros amenazaban las
fronteras del Imperio,
comprendió que él solo no podía
acudir a todos los puntos donde
sus enemigos, exteriores e
interiores, le presentaran
batalla. Resolvió, pues,
compartir el gobierno de su
inmenso Imperio con hombres de
su confianza. Quedaba así
fundada la "tetrarquía".
Lo más seguro es que, de haber
seguido Diocleciano sólo al
frente del Imperio, nunca
hubiera perseguido al
cristianismo. El era tolerante y
demasiado inteligente para
comprender que los perseguidores
que le habían precedido habían
fracasado en su empeño y que el
mayor bien para su Imperio,
desde todos los puntos de vista,
incluido el político, era la paz
y la unión de los espíritus.
Pero tuvo a su lado un mal
consejero que le indujo a la
persecución: su yerno Galerio,
que odiaba cordialmente al
cristianismo. Al dejarse influir
por éste, Diocleciano echó sobre
sí la más negra mancha, de la
que jamás la historia podrá
exculparle.
Hacía cuarenta años que la
Iglesia no era perseguida. El
número de cristianos había
crecido en medio de la paz, y
con el favor de los emperadores
se habían construido templos en
las principales ciudades. Mas
con la bonanza languidecía
también el espíritu de los
fieles; en la religión del amor
empezaron las discordias, las
envidias, la murmuración, y la
mentira penetró en los
seguidores de la Verdad.
Entonces sobrevino el castigo.
Galerio empezó a perseguir a los
cristianos que militaban en su
ejército. Maximiano Hércules
imitó la conducta de aquél.
Corría el año 301 de la Era
cristiana.
Dos años más tarde, Galerio
arrancó al fin a Diocleciano el
edicto primero de persecución
general. Todavía no era
sangriento. Se mandaba destruir
las iglesias cristianas y
arrojar al fuego los libros
sagrados. Los nobles que no
apostataran de su fe serían
notados de infamia; los
plebeyos, privados de su
libertad. Dos edictos
posteriores iban dirigidos
contra los jerarcas de la
Iglesia, en términos
conminatorios, ya sangrientos.
La persecución fue encarnizada
desde el año 304, en que
Diocleciano promulgó su último
edicto. Los que se negaran a
sacrificar serían gravísimamente
torturados. Así lo afirma
Eusebio de Cesarea,
contemporáneo de los hechos e
historiador de los mismos. Y
añade: "Apenas ya puede contarse
el número de los que en las
distintas provincias del Imperio
padecieron el martirio".
Las descripciones que de las
torturas nos hace Eusebio
horripilan, ciertamente; pero,
por desgracia, son conformes con
la realidad de los hechos.
En España representaba a
Maximiano Hércules como
procónsul o gobernador Daciano,
que ha pasado a la historia como
un tirano de los más siniestros
y crueles; tal como lo describió
nuestro gran poeta cristiano
Aurelio Prudencio, en su poema
Peristephanon, en que le hace
responsable de todos aquellos
horrores.
Dentro de este marco
histórico, pues, sucedió el
martirio de los dos pequeños
héroes madrileños, Santos Justo
y Pastor.
No es posible dudar de su
historicidad. Prudencio les
dedica una estrofa de su poema,
que nosotros así traducimos:
"Siempre será una gloria para
Alcalá el llevar en su regazo la
sangre de Justo con la de
Pastor, dos sepulcros iguales
donde se contiene el don de
ambos: sus preciosos miembros."
Los nombres de los mártires
que figuran en el poema de
Prudencio pertenecen todos a la
historia. En los calendarios
primitivos de la España
cristiana, que son los
mozárabes, aparecen también
Justo y Pastor. Y el testimonio
de los calendarios es
irrecusable, pues en ellos se
registraban las fiestas y
conmemoraciones litúrgicas que
tradicionalmente venían
celebrándose. Lo que no hubiera
sido posible de no existir el
hecho de un sepulcro de mártir,
que no puede falsificarse.
¿Desde cuándo se celebraría
esta fiesta? Ya vemos que
Prudencio habla de los sepulcros
de Justo y Pastor. Por tanto, ya
existían cuando él escribió.
Prudencio murió hacia el año 405
de nuestra Era. Aparte de esto,
existe el testimonio de San
Paulino, que afirma haber
enterrado el año 392 a un hijito
suyo, muerto de ocho días, junto
a los mártires de Alcalá.
De modo que, desde fines del
siglo IV, unos ochenta años
después del martirio, empezaría
oficialmente en la Iglesia
española el culto en honor de
estos heroicos niños.
Ello no puede extrañarnos.
Hubo millares y millares de
mártires en los tres primeros
siglos del cristianismo. Pero no
todos, ni mucho menos, quedaron
registrados en los calendarios
de la Iglesia. Sólo conocemos
los nombres de una exigua
minoría. Y la razón es muy
sencilla. Hubo mártires insignes
por las circunstancias de su
martirio, o por la edad en que
dieron su vida, demasiado
avanzada o demasiado tierna, o
por el ascendiente que gozaban
entre los cristianos antes de su
muerte. Estos mártires dejaron
una huella más honda en aquella
generación, y sus nombres se
perpetuaron en la liturgia de la
Iglesia.
Algo de esto debió ocurrir en
el caso de estos santos niños.
Dieron su vida espontáneamente y
la dieron en edad muy tierna.
Eran unos párvulos, y por ello
causaron honda impresión en los
hombres de su tiempo. El
fenómeno pues, tiene fácil
explicación.
Sin embargo, las actas de su
martirio no son auténticas, es
decir, fueron escritas en época
muy posterior y por un escritor
muy lejano de los hechos. Este,
pues, recogería las pocas
noticias transmitidas por la
tradición oral y las elaboraría
a su talante, aunque con
indiscutible acierto desde el
punto de vista estético y
religioso. Fácilmente obtendría
la finalidad que él se proponía
de edificar y deleitar a sus
lectores que, en época visigoda
en que fueron escritas las
actas, serían muchos y muy
ávidos de una tal literatura.
Nosotros hoy sólo podemos
admitir como histórico de estas
actas un pequeño núcleo, lo
substancial de ellas: Justo y
Pastor, tiernos escolares,
enardecidos por el ejemplo de
tantos hermanos que confesaron
su fe con la muerte, un día, al
salir de la escuela, arrojaron
sus cartillas y se presentaron
ante Daciano a confesarse
discípulos de Jesucristo, y el
procónsul los mandó degollar.
Todo lo demás es literatura
edificante del hagiógrafo, y no
puede concederse mayor autoridad
a estas actas. Es verdad que
tampoco es necesario. De suyo,
los breves datos que admitimos
como históricos son tan sublimes
que bastan para nuestra
edificación.
Un himno de la liturgia dice:
"Justo apenas contaba siete
años; Pastor había cumplido los
nueve”. Es muy probable que así
fuera.
Por lo demás, el diálogo que
de los dos hermanos nos
transmiten las actas,
reproducido luego por San
Ildefonso de Toledo (muerto en
el año 667) en su apéndice a la
obra Varones ilustres, de San
Isidoro, es tan bello que no nos
resistimos a transcribirlo.
"Mientras eran conducidos al
lugar del suplicio mutuamente se
estimulaban los dos corderitos.
Porque Justo, el más pequeño,
temeroso de que su hermano
desfalleciera, le hablaba así:
"No tengas miedo, hermanito, de
la muerte del cuerpo y de los
tormentos; recibe tranquilo el
golpe de la espada. Que aquel
Dios que se ha dignado llamarnos
a una gracia tan grande nos dará
fuerzas proporcionadas a los
dolores que nos esperan". Y
Pastor le contestaba: "Dices
bien, hermano mío. Con gusto te
haré compañía en el martirio
para alcanzar contigo la gloria
de este combate".
La tradición de Alcalá ha
transmitido la noticia de que
los mártires fueron ejecutados
fuera de la ciudad, cosa muy
verosímil, pues lo natural es
que el tirano tuviera miedo de
las iras del pueblo y procurara
que su crimen pasara
inadvertido.
En la santa iglesia magistral
de Alcalá de Henares se conserva
y se expone a la veneración una
piedra que en uno de sus lados
tiene una cavidad que la piedad
popular quiere que sea la señal
de la rodilla de los santos
niños. Al arrodillarse sobre la
piedra para ser decapitados se
habría impreso sobre ella la
forma de la choquezuela o
rodilla de los pequeños
mártires. El hecho es que esta
piedra existe desde tiempo
inmemorial. La veneración que
los fieles la tributan redunda,
en todo caso, a gloria de los
dos bienaventurados.
El hallazgo de los cuerpos lo
atribuye San Ildefonso al obispo
Asturio de Toledo, quien,
iluminado por Dios. habría dado
con el lugar de su sepultura.
Es interesante también la
noticia que da San Ildefonso de
que Asturio edificó la primera
basílica en honor de los
mártires, y que de tal modo se
le entrañó a este obispo
toledano el culto de los santos
niños, que desde entonces no
volvió más a su diócesis de
Toledo, sino que permaneció en
Alcalá, junto al sepulcro, allí
quiso morir y ser enterrado. Con
ello consiguió que el antiguo
Complutum y actual Alcalá de
Henares se erigiera en diócesis,
de la que Asturio habría sido
primer obispo.
A este obispo, venerado por
santo, se le atribuye la misa y
el oficio de los dos niños
mártires. Al cual oficio y misa
pertenece esta bellísima
oración: "Verdaderamente santo,
verdaderamente bendito Nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que
robusteció la infancia de sus
pequeños Justo y Pastor para
que, a pesar de su tierna edad,
pudiesen soportar los tormentos
del perseguidor, y que en ellos
se dignó hablar por el don de la
gracia, cuando ambos se
estimulaban mutuamente para el
martirio, quienes habían de
alcanzarlo, no por la fortaleza
de su cuerpo, sino de su
espíritu... Te pedimos que
merezcamos vivir con la
inocencia de aquellos cuya
fiesta solemne celebramos hoy.
Por Cristo, Señor y Redentor
eterno".
JUAN MANUEL ABALOS.
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